Hace muchos años, en 1970, la solidaridad y la lealtad eran valores imprescindibles para militar en la mayoría de los partidos o grupos políticos.
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La vida dependía en gran medida del sentido de solidaridad de quienes compartíamos la militancia partidaria.
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La principal arma de un militante de la izquierda de esos años no era una pistola, un revólver o una metralleta, era la ideología o la conciencia política. Como dijera El Che, lo que importa no es el número de armas en las manos, sino de estrellas en la frente.
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La lealtad al partido, a los principios, a las ideas, a los compañeros que eran más que hermanos que la vida y la lucha les daba. “Un traidor no paga ni con la muerte”, de la misma manera que “un torturador no se redime suicidándose”, como escribiera Benedetti. “Aunque algo, es algo”.
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La militancia política opositora durante la dictadura de Trujillo se pagaba con la muerte. La Raza Inmortal del 14 de Junio nos legó el amor por la libertad y la justicia. La utopía no murió con ellos; al contrario, nació con ellos. Y con las hermanas Mirabal. Y con Manolo Tavárez Justo, sin duda el más puro de los políticos del país junto con Juan Pablo Duarte. Ellos, al igual que los combatientes de Abril del 65 no le pusieron precio a su heroísmo.
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Fieles a sus valores y principios, una buena parte de la juventud cayó acribillada durante aquellos 12 brutales años de la dictadura ilustrada de Joaquín Balaguer. El amor por la patria, por la libertad y la justicia, primó en todos esos mártires. Ellos abonaron con su sangre “la llama augusta de la libertad”.
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En aquellos años a ningún militante político se le ocurría “cobrar por sus servicios” al partido, al sindicato o al club deportivo y cultural. La política no era un negocio donde lo que primaba, como dicen ahora muchos, “son los resultados”. La abnegación, el sacrificio, la vocación de servicio y la entrega total, conducían a una buena parte de los militantes y dirigentes políticos de entonces. El país parecía dolerles a los políticos de ayer. Para los de hoy, los que están en el gobierno como los de la oposición, el país no es más que un botín de guerra.
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El país no parece dolerle a la mayoría de nuestros políticos. La política es una escalera al éxito económico, a la ascendencia social. Gente sin méritos sociales, pobres diablos, que no tenían nada, ni siquiera con qué caerse muertos, ahora lo tienen todo en demasía gracias al partido y a la política. Los que decían “servir al partido para servir al pueblo” no han hecho otra cosa que servirse ellos. El progreso les ha llegado, sin duda, pero no al pueblo que cada vez es más pobre.
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Muchos de los que se encuentran en la “oposición” (sí, entre comillas) buscan una contrata o un cargo en el gobierno, no para servirle al país, sino para servirse ellos con la cuchara grande, la cuchara del Estado.
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En esa búsqueda de riquezas a través de la política y del Estado, he visto a tantos venderse, arrodillarse, mendigar, que me avergüenzan. Gente sin principios, sin entereza, sin coraje, sin valores. Pordioseros de la política. Busca vidas. Tránsfugas. “Corruptos patológicos”, corchos.
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El que no es leal, no sirve ni para echárselo a los perros. Y los partidos, sobre todo el PRD, están llenos de gente desleal, capaz de vender hasta a sus madres por un cargo o un negocio fácil con el Estado. Lo que veo a diario en los partidos, sobre todo en el PRD, me produce náuseas.
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La política, para mí, también es cuestión de lealtad, es decir, de dignidad.
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La vida dependía en gran medida del sentido de solidaridad de quienes compartíamos la militancia partidaria.
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La principal arma de un militante de la izquierda de esos años no era una pistola, un revólver o una metralleta, era la ideología o la conciencia política. Como dijera El Che, lo que importa no es el número de armas en las manos, sino de estrellas en la frente.
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La lealtad al partido, a los principios, a las ideas, a los compañeros que eran más que hermanos que la vida y la lucha les daba. “Un traidor no paga ni con la muerte”, de la misma manera que “un torturador no se redime suicidándose”, como escribiera Benedetti. “Aunque algo, es algo”.
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La militancia política opositora durante la dictadura de Trujillo se pagaba con la muerte. La Raza Inmortal del 14 de Junio nos legó el amor por la libertad y la justicia. La utopía no murió con ellos; al contrario, nació con ellos. Y con las hermanas Mirabal. Y con Manolo Tavárez Justo, sin duda el más puro de los políticos del país junto con Juan Pablo Duarte. Ellos, al igual que los combatientes de Abril del 65 no le pusieron precio a su heroísmo.
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Fieles a sus valores y principios, una buena parte de la juventud cayó acribillada durante aquellos 12 brutales años de la dictadura ilustrada de Joaquín Balaguer. El amor por la patria, por la libertad y la justicia, primó en todos esos mártires. Ellos abonaron con su sangre “la llama augusta de la libertad”.
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En aquellos años a ningún militante político se le ocurría “cobrar por sus servicios” al partido, al sindicato o al club deportivo y cultural. La política no era un negocio donde lo que primaba, como dicen ahora muchos, “son los resultados”. La abnegación, el sacrificio, la vocación de servicio y la entrega total, conducían a una buena parte de los militantes y dirigentes políticos de entonces. El país parecía dolerles a los políticos de ayer. Para los de hoy, los que están en el gobierno como los de la oposición, el país no es más que un botín de guerra.
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El país no parece dolerle a la mayoría de nuestros políticos. La política es una escalera al éxito económico, a la ascendencia social. Gente sin méritos sociales, pobres diablos, que no tenían nada, ni siquiera con qué caerse muertos, ahora lo tienen todo en demasía gracias al partido y a la política. Los que decían “servir al partido para servir al pueblo” no han hecho otra cosa que servirse ellos. El progreso les ha llegado, sin duda, pero no al pueblo que cada vez es más pobre.
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Muchos de los que se encuentran en la “oposición” (sí, entre comillas) buscan una contrata o un cargo en el gobierno, no para servirle al país, sino para servirse ellos con la cuchara grande, la cuchara del Estado.
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En esa búsqueda de riquezas a través de la política y del Estado, he visto a tantos venderse, arrodillarse, mendigar, que me avergüenzan. Gente sin principios, sin entereza, sin coraje, sin valores. Pordioseros de la política. Busca vidas. Tránsfugas. “Corruptos patológicos”, corchos.
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El que no es leal, no sirve ni para echárselo a los perros. Y los partidos, sobre todo el PRD, están llenos de gente desleal, capaz de vender hasta a sus madres por un cargo o un negocio fácil con el Estado. Lo que veo a diario en los partidos, sobre todo en el PRD, me produce náuseas.
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La política, para mí, también es cuestión de lealtad, es decir, de dignidad.
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