BOSCH NUNCA SE COMPROMETIO CON EL CRIMEN, CON LA CORRUPCION NI EL ROBO

“A la certeza de los hechos se llega a través de las pruebas.” A la verdad científica mediante la investigación de los acontecimientos, no tomando el rábano por las hojas. A los 47 años del golpe de Estado que derrocó al Presidente Juan Bosch, queda gente que niega este hecho.
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No lo acepta.
Declaran que el golpe de Estado, técnicamente, no existió. Atribuyen a Bosch, un auto golpe, culpa de su terquedad e incapacidad de transigir con sus adversarios.
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Se pretende ignorar la magnitud de las causas verdaderas, los verdaderos culpables de la tragedia.
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Pretenden desconocer que hubo una conspiración orquestada por los sectores más reaccionarios de la nación para tumbarlo aun antes de tomar el poder, tras su aplastante triunfo electoral.
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Que ese desventurado propósito tomó cuerpo de ley al proclamarse la Constitución del 63, la más avanzada, democrática y nacionalistas de cuantas hemos tenido, y saberse que esa Constitución no era un pedazo de papel.
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Que desde Palacio iba a respetarse y hacerse respetar, sin distingos ni privilegios de ninguna clase. De ahí la conjura: las “manifestaciones de reafirmación cristiana” y organizadas y alentadas desde el púlpito por la alta clerecía católica “contra el comunismo ateo y disociador”; la infausta alianza de la rancia oligarquía criolla con los líderes sin pueblo, presurosos de poder y de riquezas; la prepotencia de la alta jerarquía militar corrupta, metida a políticos, adoctrinados por su inefable capellán el mismo que renegara recientemente su condición de golpista como su apadrinamiento del célebre “Pechito”, asesino y torturador de los héroes del 30 de Mayo.
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Esa conjura nacional e internacional, tuvo su decidido apoyo en el Pentágono y la Casa Blanca que durante el gobierno del demócrata John Fitzgerald Kennedy, en tiempo récord, auspició y protagonizó seis golpes de Estado contra gobiernos liberales y democráticos de América Latina, más la invasión armada contra Cuba revolucionaria, al no plegarse éstos a su febril política anticomunista, represiva e inquisitorial, defendiendo, por lo contrario, la soberanía y las conquistas sociales de sus respectivos pueblos.
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¿La culpa de esos otros golpes de Estado fue la incapacidad de sus gobernantes, o su insobornable respeto al mandato de la Constitución y al querer y sentir de su pueblo, por encima de otros intereses?
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Ciertamente Don Juan, durante su larga vida y en su gobierno, incurrió en numerosos errores, algunos dolorosos, producto de su recio carácter, o de su temperamento. Como lo señalara en su libro “David, biografía de un Rey”, “es normal que en una vida de excepción, se encuentren grandes manchas.”
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Pero nunca traicionó sus principios y sus valores democráticos.
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Nunca se comprometió con el crimen, la represión, la corrupción, la impunidad, el robo, el engaño o la mentira contra su pueblo.
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Quiso ser modelo de buen gobernante, y eso es lo que queda de él en la historia.
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Pero hay gente que le duele reconocerlo. Se atreven a desafiar al sol y mirarlo de frente sólo para observar sus manchas y no su resplandeciente luminosidad.
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